El miedo al fracaso

Impartiendo clases de música en un curso de Primaria me encontré en esta situación.
Normalmente siempre hacemos algunas fichas y en los últimos minutos de clase les dejo hacer un dibujo sobre lo que hemos aprendido y así tengo siempre un momento para atenderlas individualmente y ver si siguen bien las clase.

Haciendo un dictado de timbre (tenían que adivinar qué instrumentos sonaban y dibujarlos) me fijé que una de las alumnas (llamémosle Ana) dejaba algunas casillas sin rellenar. Me acerqué a ella y le dije al oído que no se preocupase, que las dejase en blanco y luego las rellenaríamos juntas. Hice un círculo alrededor de las casillas y seguí con el ejercicio.

Ya al final de la clase fui llamando a las niñas para corregir y cuando llegó Ana tenía todas las casillas rellenadas. Entonces le expliqué de nuevo que lo importante no era rellenar todo, sino que ella lo entendiese y lo pudiese llegar a hacer por sí misma. Por eso le taché la hoja y le dí una nueva para hacer, dejando la ficha tachada en mi mesa.
Seguí corrigiendo al resto de niñas y de repente me di cuenta de que el libro de Ana no estaba sobre mi mesa. Fuí hacia su sitio y ví con total estupor que estaba tachando a lápiz los cículos de las casillas y la ralla que cruzaba la hoja, a la vez que había puesto en el márgen superior de la página un bonito diez a lápiz con letra por supuesto de niña de segundo de primaria.
Volví a hablarla, diciéndola que  reflexionase y me volvía hacia mi mesa con su libro.
Después de corregir a otra alumna me dí cuenta de que su libro había vuelto a desaparecer de mi mesa; se lo había vuelto a llevar y estaba borrando todas las tachaduras y anotaciones que había hecho a lápiz.

No me enfadé; me entró una profunda tristeza. ¿Cómo podía Ana tener este ansia de complacer por encima de todas las cosas? ¿Cómo podía buscar la perfección engañando de esta manera?. Su confianza en sí misma es nula, y por tanto el desarrollo de sus capacidades, de su potencial sin esta confianza, sin alegría, jamás será una experiencia positiva para ella.

Y lo peor del caso es que encuentro una total explicación de este comportamiento en su familia, a la que conozco desde hace ya unos años. Tratan a sus  hijos con una gran dureza, y jamás les he visto una palabra de aliento para con ellos. Me vienen a la mente las palabras del doctor Suzuki:

"si gritas a una semilla en la palma de tu mano "crece" no crecerá, ya que no tiene las condiciones adecuadas"

“Los niños son obedientes y estudian incluso cuando los adultos son crueles con ellos. En vez de quejarse trabajan cada día y prosperan. Si fuesen adultos probablemente ante las reprimendas se rebelarían y no volverían a estudiar nunca más”.

"Debemos amar a los niños por las cosas puras y bellas que irradian de sus corazones. La combinación de amor y respeto es lo que establece un vínculo. Veneración por los niños es veneración por la vida"

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