Musicofilia de Oliver Sacks

Musicofilia es un libro increible, que nos asombra de principio a fin y nos hace conocer mejor la relación entre cerebro y música. A continuación os dejo una reseña de Alonso Arreola sobre él.

Musicofilia, despertar con música

Son recientes los estudios científicos que hablan sobre la relación entre el cerebro y la música, fundamentando sus experimentos en tecnología de punta. Más jóvenes aún son los que hablan sobre las distintas formas en que este arte contribuye, positiva o negativamente, en pacientes diagnosticados con alguna enfermedad o que han pasado por una experiencia cerebralmente traumática. Por supuesto no nos referimos a los muchos textos y terapias que ven en los sonidos y composiciones un medio de curación o relajación, sino a los experimentos que centran su mirada en la fisiología y en respuestas cada vez mejor medidas gracias a tomografías, electroencefalogramas y diversos escaneos computarizados. Tema viejo el de la respuesta del cerebro y del alma a las notas musicales, ha tenido al hombre en jaque desde sus orígenes.

Musicofilia, relatos de la música y el cerebro, escrito por el neurólogo británico Oliver Sacks. Aparecido en inglés durante 2007, representa una deliciosa ventana para especialistas, músicos y melómanos que desean comprender mejor los enigmáticos porqués de sus filias y fobias sonoras.

Atendiendo a que cada individuo responde de manera única a las provocaciones auditivas y negando cualquier generalización, Musicofilia ofrece un nutrido compendio de estudios clínicos, escritos amablemente para el lector neófito, en los cuales conviven personas que, tras el impacto de un rayo, la salida de un tumor o el diagnóstico de epilepsia u otras enfermedades cerebrales, tuvieron un súbito despertar musical que transformó sus vidas, otorgándoles –literalmente– una muy diferente percepción sensorial del mundo.

Viajando de un crítico del siglo XIX que desarrolló de golpe una extraña intolerancia a cualquier pieza musical –se le desataban ataques de miedo–, a un hombre que entraba en auras epilépticas con las campanas de la iglesia, Sacks pormenoriza un sin fin de variantes en las asociaciones música-cerebro atendiendo a mitos y preguntas comunes, narradas con maestría y ligereza: ¿por qué tenemos dos oídos en estéreo?, ¿cómo escuchan los ciegos?, ¿cómo se relaciona la música con los recuerdos y sentimientos?, ¿cómo funciona el sonido en pacientes con Parkinson, demencia, migraña, autismo o con síndromes de Tourette y Williams? Siempre con ejemplos documentados, al final del libro se nos ofrece una profusa bibliografía en la que lo mismo aparecen Beriloz, Wagner y Stravinsky que Darwin, Eco, Freud, Tolstoi, Twain y Nietzsche, entre decenas de científicos que a lo largo de un siglo han tomado en cuenta los misterios de la música en el cerebro.

Citando la autobiografía de Nabokov (“la música, lamento decirlo, me afecta simplemente como una sucesión arbitraria de sonidos más o menos irritantes”), Sacks aborda curiosidades como la amusia, esto es, la imposibilidad de entender ritmos pero sí melodías, o viceversa; o de sólo disfrutar géneros arraigados en la propia cultura sintiendo rechazo por composiciones extranjeras que, tal como se lee, no pueden procesarse adecuadamente en algunos cerebros. Incluso habla de una condición del Che Guevara, de quien dice “era famoso por su sordera al ritmo”.

Así, la percepción auditiva puede asemejarse a la táctil, olfativa, ocular o gustativa por una múltiple capacidad: no sólo escuchamos una cosa sino varias al mismo tiempo, igual que sentimos, olemos, saboreamos o miramos varios elementos en conjunto. Pensando así, es lógico que la música en el oído cause ecos diferenciados, pese a que no podamos señalarlos con facilidad. Robémonos finalmente uno de los espléndidos epígrafes de Sacks, a manera de última invitación a la lectura de Musicofilia: “Las melodías oídas son dulces, pero las no oídas son aún más dulces.” John Keats.

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