Con un material tan modesto como cuatro notas (las cuatro cuerdas al aire del violín) y el acompañamiento de un piano podemos interpretar una verdadera pieza musical, y sorprendemos a nosotros mismos haciendo música. Este momento es uno de mis preferidos; ojos brillantes de emoción, sonrisas, ganas de seguir tocando y descubriendo. Y creo que en gran parte esta reacción se debe a un autodescubrimiento, a algo que ha emergido, algo en esencia conocido pero en una nueva forma; la música.
Y es que a veces una sucesión de notas que forman una melodía o un conjunto de notas que forman una armonía nos transportan a una sensación o a una vivencia muy concreta, y redescubrimos rincones en nosotros mismos olvidados, lo que nos da una gran alegría.
Y esta exploración continúa cuando trabajamos el sonido y unimos esa experiencia sonora a la experiencia corporal; sí, tocamos el violín con nuestro cuerpo, y si está relajado y unido a nuestra mente también se expresa y le escuchamos.
Por todo ello tocar el violín no sólo es un ejercicio de desarrollo intelectual, sino toda una experiencia global que nos invita a conocernos y expresarnos de manera muy intensa y concreta, en un tiempo totalmente presente y fugaz.
Es una experiencia vital y creativa que en mi opinión merece ser explorada, al menos una vez en la vida!
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